A veces no hace falta irse muy lejos de
Madrid para disfrutar de pequeños rincones escondidos con todo el sabor
gastronómico.
De esto saben mucho nuestros grandes
amigos José Angel y Miri, descubridores de tesoros escondidos, y que
compartimos juntos siempre que podemos.
En esta ocasión hicimos una escapada
gastronómica por la zona de Segovia.
Comenzamos nuestra ruta en La Granja de San Ildefonso, un pintoresco pueblo al pie de la
sierra de Guadarrama que aún conserva ese aire aristocrático que le dotan sus
numerosos monumentos ya que fue residencia de verano de los Reyes.
De hecho lo llaman el pequeño Versalles, por sus innumerables jardines, las construcciones en granito y pizarra y porque también es el punto de partida de muchas rutas de senderismo por la sierra.
De hecho lo llaman el pequeño Versalles, por sus innumerables jardines, las construcciones en granito y pizarra y porque también es el punto de partida de muchas rutas de senderismo por la sierra.
Si podéis y no lo conocéis es muy
aconsejable que visitéis el Palacio Real, icono arquitectónico del pueblo,
creado por Felipe V y que cuenta con unos jardines impresionantes y un conjunto
de fuentes muy peculiares distribuidas por todos los jardines.
Como nosotros ya conocíamos el Palacio
Real, nuestra primera parada fue tomar el aperitivo en La Panadería, un antiguo obrador del pueblo reconvertido en restaurante, que
conserva detalles y mobiliario antiguo creando un ambiente muy acogedor y donde
además de tomar un vino delicioso (tienen una excelente bodega), te ponen la mejor tapa de carrillera estofada que he probado nunca!
Después de unos vinitos bien acompañados, podéis visitar el Parador de la Granja, antigua Casa de los Infantes (construida por Carlos
III), en el que te envuelve, nada más cruzar la puerta, un halo de paz y tranquilidad, sobre todo si visitas su pequeño patio interior en
el que el silencio lo invade todo… y solo se rompe con el sonido de una pequeña
fuente central. Sin duda, el mejor sitio para descansar si pensáis quedaros en La
Granja.
Pero como nuestra intención era seguir
con la ruta gastronómica, cogimos el coche y aparecimos en un pequeño pueblo
muy cercano a Segovia, llamado Cabañas de Polendos, donde nos esperaba un
increíble menú segoviano.
El pueblo en sí no tiene mucho, excepto 2
centros artesanales (de madera, cristal, cerámica) y una pequeña iglesia. Pero
de repente, vas caminando por el pueblo y llegando al final te encuentras con un
rincón de casas de piedra y descubres que dentro de ese rincón te espera un restaurante
con el sabor de pueblo que estabas esperando y que te llena todos los sentidos!
El Rincón del Tuerto Pirón te recibe con
una callejuela empedrada que va a parar a una pequeña placita donde además de
una tienda propia de productos típicos, hay una terraza de verano en la que, si el tiempo acompaña, es perfecta para el aperitivo.
Es un restaurante pequeñito (60
comensales) por lo que conviene reservar con antelación ya que tiene mucha fama
y los fines de semana suele llenarse.
El Rincón del Tuerto Pirón es de esos lugares que nunca imaginarías encontrar en una humilde aldea pero que cuando lo encuentras y descubres ese olor a encina, esa decoración tan cálida, esos muros de piedra, vigas de madera... y entonces te sientan en el “doblao”, con una claraboya que deja pasar un rayo de sol y envuelve el lugar con esa magia… entonces, ya no quieres saber nada del mundo, solo disfrutar de tus amigos, de la comida y de esa gran sobremesa de la que, ya os he contado en otras ocasiones soy una fan incondicional. Entonces es cuando te das cuenta que ese pequeño rincón ya forma parte de tu vida.
Su especialidad es el cocido, pero como
nosotros lo habíamos tomado el día anterior en un pueblo de Toledo (El Mulato,
en Layos) y por cierto, super recomendable, pues nos decidimos por el menú de
la casa. Tienen 2 menús con relación calidad-precio más que buena. Entre las
especialidades que tomamos, la sopa castellana, realmente bien preparada,
bacalao (muy demandado) y un secreto hecho a la brasa…. Simplemente
indescriptible! Mención aparte el postre, una tarta casera de queso de textura suave y delicada.
El vino, Ribera de Polendos, muy aceptable para ser de la zona.
A nosotros nos gusta salirnos de los habituales y probar allí donde vamos,
vinos de la tierra que, en muchas ocasiones, sorprenden.
Pues como el lugar y el momento eran
únicos, la sobremesa no lo fue menos… ya que se alargó hasta pasadas las 6… por
lo que tocaba recoger y continuar hasta la siguiente parada: la hora del gin
tonic!
Y fue entonces cuando llegamos a un lugar en medio
de la nada, en un cruce de caminos y nuestros amigos nos descubrieron un
antiguo convento que se ha convertido en punto de reunión y de sobremesa de los
lugareños y foráneos como nosotros, que buscan lugares diferentes donde
compartir un buen gin tonic.
Ventorro San Pedro Abanto es una antigua iglesia mudéjar y convento de San Juan Requijada, abierto al culto en 1486 como bien reza
en su interior.
Puedes comer y picotear en su interior (especializado en cochifrito), que te
sobrecoge nada más entrar pues conserva la sobriedad, el empedrado,
muebles austeros de su época en la fue templo… o en su gran terraza, un lujo para lo sentidos,
disfrutando del campo segoviano y de unas vistas únicas al Alcázar. Y si tienes
la suerte de poder ver el atardecer, ya tienes el día completo.
Después de un buen rato de buenas
conversaciones, llegó la hora de cambiar de lugar y como teníamos tan cerca
Segovia, pues allí nos fuimos.
Segovia es impresionante en todos sus
sentidos… su majestuoso acueducto, su sobrio Alcálzar, su Catedral gótica de
Santa María, llamada también la “Dama de las Catedrales”.
Así que comenzamos tomando unos vinitos
en Casa Duque, uno de los referentes de Segovia, que fuera la primera casa de
comidas de la ciudad (cumple 50 años), donde el cochinillo es su marca de la
casa. Tapeamos en la taberna donde ponen unas tapas dignas de su condición
(pimiento con huevo de codorniz y morcilla o el hojaldre relleno de bechamel de
hongos).
Seguimos en el Mesón de José María, otro de los
iconos de Segovia, muy concurrido para tapear los fines de semana, donde el
vino de la casa es el famoso y exquisito Pago de Carraovejas, un vino elaborado
en las laderas de Carraovejas, en Peñafiel (cuna del Ribera del Duero), del que
somos apasionados.
Y como colofón del día... despedida en la orilla del río Tajo contemplando la estampa del Alcálzar iluminado y escuchando de fondo “No hay manera” de Coque Malla, una canción que, sin duda, representa para nosotros cuatro, un antes y un después.
Por ser más que amigos,
hermanos, peregrinos, compañeros de
viaje y de corazón. Nuestros encaminados José Angel y Miri. Por ser unos apasionados de la vida, por todas nuestras escapadas y aventuras, por todo lo que nos falta por vivir y disfrutar juntos, os dedico en especial este post, porque sin vosotros estos
momentos únicos no serían posibles.
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