17 de abril de 2015

Encaminados por Segovia


A veces no hace falta irse muy lejos de Madrid para disfrutar de pequeños rincones escondidos con todo el sabor gastronómico.

De esto saben mucho nuestros grandes amigos José Angel y Miri, descubridores de tesoros escondidos, y que compartimos juntos siempre que podemos.

En esta ocasión hicimos una escapada gastronómica por la zona de Segovia.

Comenzamos nuestra ruta en La Granja de San Ildefonso, un pintoresco pueblo al pie de la sierra de Guadarrama que aún conserva ese aire aristocrático que le dotan sus numerosos monumentos ya que fue residencia de verano de los Reyes.  




De hecho lo llaman el pequeño Versalles, por sus innumerables jardines, las construcciones en granito y pizarra y porque también es el punto de partida de muchas rutas de senderismo por la sierra.

Si podéis y no lo conocéis es muy aconsejable que visitéis el Palacio Real, icono arquitectónico del pueblo, creado por Felipe V y que cuenta con unos jardines impresionantes y un conjunto de fuentes muy peculiares distribuidas por todos los jardines.





Como nosotros ya conocíamos el Palacio Real, nuestra primera parada fue tomar el aperitivo en La Panadería, un antiguo obrador del pueblo reconvertido en restaurante, que conserva detalles y mobiliario antiguo creando un ambiente muy acogedor y donde además de tomar un vino delicioso (tienen una excelente bodega), te ponen la mejor tapa de carrillera estofada que he probado nunca!




Después de unos vinitos bien acompañados, podéis visitar el Parador de la Granja, antigua Casa de los Infantes (construida por Carlos III), en el que te envuelve, nada más cruzar la puerta, un halo de paz y tranquilidad, sobre todo si visitas su pequeño patio interior en el que el silencio lo invade todo… y solo se rompe con el sonido de una pequeña fuente central. Sin duda, el mejor sitio para descansar si pensáis quedaros en La Granja.


Pero como nuestra intención era seguir con la ruta gastronómica, cogimos el coche y aparecimos en un pequeño pueblo muy cercano a Segovia, llamado Cabañas de Polendos, donde nos esperaba un increíble menú segoviano.


El pueblo en sí no tiene mucho, excepto 2 centros artesanales (de madera, cristal, cerámica) y una pequeña iglesia. Pero de repente, vas caminando por el pueblo y llegando al final te encuentras con un rincón de casas de piedra y descubres que dentro de ese rincón te espera un restaurante con el sabor de pueblo que estabas esperando y que te llena todos los sentidos!


El Rincón del Tuerto Pirón te recibe con una callejuela empedrada que va a parar a una pequeña placita donde además de una tienda propia de productos típicos, hay una terraza de verano en la que, si el tiempo acompaña, es perfecta para el aperitivo.


Es un restaurante pequeñito (60 comensales) por lo que conviene reservar con antelación ya que tiene mucha fama y los fines de semana suele llenarse.


El Rincón del Tuerto Pirón es de esos lugares que nunca imaginarías encontrar en una humilde aldea pero que cuando lo encuentras y descubres ese olor a encina, esa decoración tan cálida, esos muros de piedra, vigas de madera... y entonces te sientan en el “doblao”, con una claraboya que deja pasar un rayo de sol y envuelve el lugar con esa magia… entonces, ya no quieres saber nada del mundo, solo disfrutar de tus amigos, de la comida y de esa gran sobremesa de la que, ya os he contado en otras ocasiones soy una fan incondicional. Entonces es cuando te das cuenta que ese pequeño rincón ya forma parte de tu vida.





Su especialidad es el cocido, pero como nosotros lo habíamos tomado el día anterior en un pueblo de Toledo (El Mulato, en Layos) y por cierto, super recomendable, pues nos decidimos por el menú de la casa. Tienen 2 menús con relación calidad-precio más que buena. Entre las especialidades que tomamos, la sopa castellana, realmente bien preparada, bacalao (muy demandado) y un secreto hecho a la brasa…. Simplemente indescriptible! Mención aparte el postre, una tarta casera de queso de textura suave y delicada. 


El vino, Ribera de Polendos, muy aceptable para ser de la zona. A nosotros nos gusta salirnos de los habituales y probar allí donde vamos, vinos de la tierra que, en muchas ocasiones, sorprenden.

Pues como el lugar y el momento eran únicos, la sobremesa no lo fue menos… ya que se alargó hasta pasadas las 6… por lo que tocaba recoger y continuar hasta la siguiente parada: la hora del gin tonic!

Y fue entonces cuando llegamos a un lugar en medio de la nada, en un cruce de caminos y nuestros amigos nos descubrieron un antiguo convento que se ha convertido en punto de reunión y de sobremesa de los lugareños y foráneos como nosotros, que buscan lugares diferentes donde compartir un buen gin tonic.




Ventorro San Pedro Abanto es una antigua iglesia mudéjar y convento de San Juan Requijada, abierto al culto en 1486 como bien reza en su interior. 



Puedes comer y picotear en su interior (especializado en cochifrito), que te sobrecoge nada más entrar pues conserva la sobriedad, el empedrado, muebles austeros de su época en la fue templo… o en su gran terraza, un lujo para lo sentidos, disfrutando del campo segoviano y de unas vistas únicas al Alcázar. Y si tienes la suerte de poder ver el atardecer, ya tienes el día completo.



Después de un buen rato de buenas conversaciones, llegó la hora de cambiar de lugar y como teníamos tan cerca Segovia, pues allí nos fuimos.

Segovia es impresionante en todos sus sentidos… su majestuoso acueducto, su sobrio Alcálzar, su Catedral gótica de Santa María, llamada también la “Dama de las Catedrales”.



Así que comenzamos tomando unos vinitos en Casa Duque, uno de los referentes de Segovia, que fuera la primera casa de comidas de la ciudad (cumple 50 años), donde el cochinillo es su marca de la casa. Tapeamos en la taberna donde ponen unas tapas dignas de su condición (pimiento con huevo de codorniz y morcilla o el hojaldre relleno de bechamel de hongos).



Seguimos en el Mesón de José María, otro de los iconos de Segovia, muy concurrido para tapear los fines de semana, donde el vino de la casa es el famoso y exquisito Pago de Carraovejas, un vino elaborado en las laderas de Carraovejas, en Peñafiel (cuna del Ribera del Duero), del que somos apasionados.



Y como colofón del día... despedida en la orilla del río Tajo contemplando la estampa del Alcálzar iluminado y escuchando de fondo “No hay manera” de Coque Malla, una canción que, sin duda, representa para nosotros cuatro, un antes y un después.



Por ser más que amigos, hermanos, peregrinos, compañeros de viaje y de corazón. Nuestros encaminados José Angel y Miri. Por ser unos apasionados de la vida, por todas nuestras escapadas y aventuras, por todo lo que nos falta por vivir y disfrutar juntos, os dedico en especial este post, porque sin vosotros estos momentos únicos no serían posibles.